Luguelín Santos tenía 16 años y empezaba a ser reconocido por sus
méritos deportivos. Había ganado la medalla de oro en unas olimpiadas
juveniles y en su pueblo ya lo recibían como a un héroe. Tranquilo, sin dar importancia a lo que cuenta a la
cámara, el joven detalla inocentemente todas las vicisitudes por las que
había pasado en su corta vida. Llora su madre; ella no puede contener
la angustia al contar que el muchacho iba "feíto", pues a veces no había
dinero en la casa para recortarse. Ella sí llora, él no.
Parece un muchacho paciente y tranquilo, en realidad un poco triste, a
sus 16 años. Pero sonríe, y sin reparo cuenta que como muchos días no
tenía para comer, en la escuela se quedaba sentado en su silla en el
recreo, para que los demás no vieran que no tenía almuerzo. Habla
también del miedo de los ruidos en la noche, porque el barrio de
Bayaguana en el que vive es muy peligroso. Habla de acostarse sin
cenar, de que quiere ayudar a su madre. No habla del padre, del que
luego sabremos que no está en su vida. Habla de entrenar descalzo porque
no tiene tenis. Habla de su entrenadora, de la confianza que le ha
demostrado. El sí puede lograrlo, se repite, se repite, se repite.Y sí, esta semana lo ha logrado y su video es otro. El de los que suben al podio olímpico y recogen su medalla de plata. El
otro video de la semana, el del cumpleaños, es la película del fin de
ciclo. El retrato de una forma de entender el poder y el dinero.
IAizpun@diariolibre.com
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