WENDY CARRASCO MARTÍNEZ
El pasado martes, a las 5:00 de la mañana, un desconocido rompió y levantó
una de las barras de hierro de la parte frontal de mi residencia, sobrepasando
los límites de violación a los derechos de la privacidad, la seguridad y hasta
el derecho a la vida. "El sin alma", como puedo definirlo, no solo se percató de que mi esposo,
quien en muchas ocasiones tiene que realizar servicios de noche en un hospital,
no estuviera en la casa, sino que luego de penetrar hasta ese punto, violó
también otra franja: las ventanas de cristal. Nada lo detuvo hasta llegar
justamente a la habitación donde duermo y debo descansar del afanoso día a
día. Mientras esto sucedía, yo dormía junto a mi pequeño Weslly, de 4 años, como
ya es una costumbre cuando mi compañero no está. Ahora imagino al ladrón, caminando por todos los espacios de la casa,
buscando en cada lugar donde nada le pertenece. Violando con esa acción, la
privacidad de mi familia, de mis recuerdos y de mi vida. Quebrantando el área
donde se supone que era el único espacio reservado y confidencial en el
cual puedo sentir un poco de paz y seguridad. ¡Gran sorpresa! A pesar de que tengo un sueño profundo, escuché un ruido muy
cerca y la luz de mi habitación me despertó y vaya que sorpresa, al despertar un
hombre, un total desconocido, estaba dentro de mí habitación, y que ya llevaba
consigo objetos de gran valor personal para mí, así como de compromisos de
trabajo y dinero. ¡Ahhh! Un grito de horror fue mi primera reacción ante tan inesperada
presencia. Me levanté de la cama y casi frente a él, mirando a mi niño que
dormía, ignorando lo que sucedía, le pedí con mucha autoridad al vándalo ¡Por
favor, vete! ¡Vete, por favor!El malvado, que ya había tomado todo lo que a él le interesaba, incluyendo
dos celulares inteligentes y mi monedero conteniendo documentos personales de
mis hijos y todos los míos, me amenazó con un arma para que me callara, la cual
no pude identificar por los nervios. Con el típico desespero y característica del que está robando y haciendo lo
indebido, el despreciable, gracias a Dios, salió fuera de la habitación, y yo
como quien está hipnotizado, le acompañé hasta la puerta y presencié el momento
cuando éste se lanzó por la brecha que el mismo abrió para entrar. ¡Ahora puedes gritar! -Me dije a mi misma- mientras veía que él se alejaba
corriendo. Ustedes se preguntarán el por qué no describo al maldito ladrón, al violador,
al criminal. Es porque ahora mismo, lo menos que quiero es recordar, quiero
vivir y disfrutar al máximo de la compañía de mis seres queridos. Quiero ser mejor compañera de trabajo, mejor hija, hermana y esposa, porque
pasamos por esta vida y no sabemos cuándo nos vamos, ni quién podría en un
segundo tronchar nuestro futuro. Al escribir este relato que hago a manera de desahogo, he pensado tanto en la
inseguridad en que vivimos actualmente en nuestro país, en las personas que como
yo, se levantan todos los días a cumplir con una jornada de trabajo para obtener
el sustento de los suyos y el propio, de una manera digna, sin sospechar que en
cualquier momento podemos ser víctima de la delincuencia y la criminalidad que
arropa lamentablemente esta hermosa nación. Sólo puedo decir una vez más ¡Gracias Dios, gracias por la vida y por mi
pequeño!
Fuente : Periodico Hoy