
El sacerdote llevaba una doble vida que lo 
habría llevado a contraer sida.
 
 
Una noche de diciembre del 2010, el padre Rafael 
Reátiga Rojas no alcanzó a darles la bendición a sus feligreses al término de la 
eucaristía. Después de impartir el sacramento de la comunión, cayó desmayado 
sobre el piso de la Catedral Jesucristo Nuestra Paz, de Soacha, donde era 
párroco desde el 2003. Ese instante de pánico para los cientos de feligreses 
que lo seguían con fervor marcó el fin de la misa y el inicio del vía crucis 
público del padre Rafael Reátiga Rojas, quien lidiaba, en silencio, con una 
grave enfermedad: el sida. En la catedral lo habían visto más delgado que de 
costumbre. "Su piel trigueña se había tornado de color verdoso", contó Tránsito, 
empleada de la iglesia.  "Ya no era tan estricto, estaba más serio y su ánimo 
había decaído", dice Dora Bautista, que trabajó por diez años con el sacerdote. 
"¿Qué le pasa padre?", le preguntaba Dora, a lo que él respondía: "Tengo 
'gadejo', Dorita. Nada más".  Cuando llevaron hasta la casa cural un tanque de 
oxígeno, su enfermedad se volvió evidente: "Los médicos me dicen que tengo el 
corazón de un hombre de 85 años", explicó a Dora. Pero nunca confesó sus 
dolencias: además de sida, tenía sífilis, según confirmó la Fiscalía un año 
después de su asesinato, ocurrido el 26 de enero del 2011. El pasado martes, la misma entidad dijo que los 
hechos en los que murieron el padre Rafael y el sacerdote Richard Armando 
Píffano fueron planeados por ellos mismos, en lo que podría ser un pacto de 
amor.  Rafael Reátiga, el menor de ocho hermanos, nació en 
una familia de campesinos el 25 de junio de 1975, en San Andrés (Santander). Su 
papá murió cuando él solo tenía 2 años, por lo que se crió con su madre, Helena 
Rojas. Creció cuidando vacas y recogiendo la cosecha de maíz de su familia. 
Estudió hasta tercero de bachillerato en la 
Concentración de Desarrollo Rural de San Andrés, pero no había nacido para el 
campo. "Soñaba con la ciudad y con una vida diferente", dice uno de sus 
hermanos. Quizá por eso se fue a estudiar al seminario San 
Alfonso de Piedecuesta (Santander), donde conoció a Richard Armando Píffano, un 
joven alto, blanco y de ojos claros que aspiraba también a ser 
sacerdote. Un año después, cuenta la familia de Rafael, 
conocieron a Richard, que pese a tener su familia en Cúcuta, solía pasar las 
vacaciones, desde esa época, en San Andrés, con su nuevo amigo. "Él (Richard) 
era uno más de la familia", recuerda Jaime Reátiga, hermano de Rafael. 
Dos años después de haber llegado al seminario, 
Rafael decidió cumplir con el sueño de ir a la gran ciudad. Pero no se fue solo, 
viajó con Richard. Los dos se ordenaron como sacerdotes en julio del 
2000. De su promoción solo se graduaron cuatro, porque, según versiones de la 
Fiscalía, el seminario fue cerrado "por líos de homosexualismo". Los dos padres vivieron en Soacha por seis meses, 
hasta que les entregaron misión a cada uno por separado: al padre Rafael en una 
iglesia de madera y tejas de zinc, en Galicia. Y al padre Richard en la iglesia 
San Juan de la Cruz, de Kennedy. Pero nunca se separaron. Estudiaron juntos un 
diplomado en bioética, en la Javeriana. Y se veían en el apartamento que tenía 
alquilado la Arquidiócesis para el padre Rafael. Richard llegaba los lunes (el día de descanso) y 
también en días de trabajo. Solían cubrirse de forma inusual en los servicios. 
"El padre, aunque no pertenecía a esta parroquia, sí hizo bautizos, matrimonios 
y decenas de servicios aquí", asegura otro sacerdote. "Todo lo que a mí me pasa lo sabe el padre Richard", 
solía decir Rafael a sus asistentes en la iglesia de Galicia, donde hizo una 
gran obra. "Recibió un lote desolado y levantó un hermoso templo para Dios", 
dice el actual párroco. Por sus logros, en el 2003 el padre Rafael fue nombrado 
párroco de la Catedral de Soacha y ecónomo de las 33 parroquias de la zona. 
Pero al tiempo que el padre Rafael se destacaba en 
sus labores pastorales, cada vez era más criticado porque crecían los rumores de 
su homoxesualidad y sus gustos por la 'vida mundana'. "Yo le dije al Obispo en un retiro espiritual en 
Santandercito (Cundinamarca), en el 2006, que Rafael era homosexual", dijo un 
sacerdote de Soacha. También llegaban rumores de las salidas del padre a 
discotecas gay en Chapinero y a rumbas privadas en el barrio, donde solía tomar 
cerveza y whisky. Leonardo Artunduaga, uno de los mejores amigos del padre, le 
aceptó a la Fiscalía que los dos (Richard y Rafael) solían asistir con 
frecuencia a discotecas. De hecho, aceptó haber ido varias veces con ellos. "Él 
(Leonardo) le hacía los mandados al padre Rafael y siempre lo acompañaba", dice 
Dora Bautista. Pero muchas veces el padre Rafael fue visto en 
Ferchos (un bar gay), sin el padre Richard, "que era más serio y menos rumbero", 
según dice Johanna Ospina, amiga del padre. Ella todavía no cree que esas dos 
personas "tan lindas" que conoció hubieran sido capaces de matarse: "Él era un 
excelente sacerdote, su obra lo demuestra, pero era un ser común y corriente, 
con errores, como todos los humanos". 
Fechas clave
Octubre. Confirman el diagnóstico de VIH al padre 
Rafael. En diciembre le dicen que tiene sífilis. Ya se empezaba a notar su 
deterioro físico.
24 de diciembre de 2010. En una misa, el padre Rafael les 
dijo a los feligreses que oraran por él. Esa petición se volvió cada vez más 
frecuente.
5 de enero. El padre Reátiga, según la Fiscalía, pone a 
nombre de su mamá sus bienes. Días previos el padre Richard hizo el inventario 
de los suyos.
Mediados de enero. Viajan a Bucaramanga y en el sector de 
Pescadero se intentan lanzar al abismo.
25 de enero. Los curas se reúnen por primera vez con los 
sicarios y acuerdan el pago por el crimen. Dan un adelanto de dinero.
26 de enero. Al mediodía pagan el resto del dinero por su 
muerte. Los sacerdotes pasan el día juntos y en la noche cumplen su última cita 
con los asesinos.
Jorge Quintero
Redacción Domingo